“Ser ceramista significa el aprendizaje que tuve desde niña; la herencia de mi mamá, de mis antepasados”
Zeneida Trejos Rosales es una ceramista tradicional del cantón de Nandayure, Guanacaste; propiamente, de una localidad llamada Puerto San Pablo, un pequeño pueblo del golfo de Nicoya, ubicado frente a la isla Chira.
En esas tierras costeras de la provincia guanacasteca, el sol abrasa implacable cada día durante el verano; pero, así como el sol es despiadado con la tierra, animales y pobladores; las noches frescas de luna llena son la más dulce recompensa. Al igual que es una recompensa apreciar el trabajo artesanal de Trejos.
Modelado de sus manos, surgió un precioso juego de café que aportó para una exhibición de cerámica, en el Centro de Patrimonio Cultural, en el corazón de San José. El pichel, el chorreador y las tazas con sus platitos, son de color naranja, como si hubieran robado un poco de ese tono al ocaso del sol guanacasteco. Así también es Trejos, de piel dorada y rostro amable, con pequeños ojos claros. Sus palabras, en diminutivos, expresan el amor por su trabajo, por su herencia y sus recuerdos.
Nella, como también le llaman, incorporó saberes ancestrales para extraer el barro, hacer la mezcla adecuada y moldear con sus propias manos objetos cerámicos utilitarios que se cuecen en hornos alimentados con leña. En esta tarea sus grandes aliados son el calor del sol, así como la dulce protección de la luna.
Comparte sus conocimientos con otras mujeres de la zona, con el fin de generar recursos y, al mismo tiempo, mantener viva una tradición en un poblado que antiguamente se dedicó con intensidad al quehacer cerámico.
El Centro de Patrimonio Cultural conversó con esta artesana, sobre su experiencia, sus saberes y anhelos como ceramista de tradición mestiza. Su historia se vincula a la de sus antepasadas y otras mujeres que actualmente ven en este arte una forma de llevar sustento a sus hogares.
En el marco del Día Internacional de la Mujer, por conmemorarse el lunes 8 de marzo de 2021, presentamos esta entrevista a Nella, en homenaje a todas las mujeres trabajadoras, quienes, además, mantienen viva una manifestación de la cultura, del patrimonio cultural inmaterial costarricense.
¿Cómo fabricó estas piezas? ¿Cuál es la técnica y cómo trabaja el barro?
Lo trabajo artesanalmente. El molde que utilizo es un platito; pongo la pelotita y ahí la voy moldeando a pura mano. Le voy agregando cordoncitos de barro y la voy tejiendo hasta darle forma de abajo para arriba, puramente así. Entonces, utilizo el olote para cerrar grietitas y adelgazar; y me ayuda, además, a detallar un poco.
Cuando ya terminamos, que ya es en la parte final, utilizamos un cuerito suavecito para hacer los bordecitos. Ya otro día, que está durita la pieza, que ya se puede manipular, utilizamos una punta de cuchillo viejo y desafilado para rasparle los paredoncillos y darle un acabado a pulir, a detallarla mejor; entonces, cuando ya hacemos ese proceso, le ponemos la orejita. De ahí, con piedra o con unas cascaritas plásticas que utilizamos, la pulimos y la pulimos, hasta darle brillito, ¿verdad? que queden bien afinaditas. Ya cuando está pulida, vamos al sol y de último al horno.
El sol es indispensable, nos hace mucho bien el sol de allá [Guanacaste], porque tenemos que asolear tanto la leña, como las piezas. Entonces, las asoleamos y cuando están bien sequitas, las metemos al horno. Cargamos los hornos con una cama de leña, ahí ponemos las piezas y le metemos fuego y hasta el otro día. Se quema toda la leña y ahí quedan las piezas con las bracitas, dorándose hasta que coge ese color. Ya del horno salen listas. Lo que les unto es una cera para que vuelvan a retomar el brillito, porque con el calor del horno se tiende a opacar un poco, entonces con esa cerita le reanimamos otra vez el brillito.
¿Cómo logra que las piezas -las tazas y los platitos- le queden casi que iguales?
Si hago la primera la pongo ahí, entonces voy haciendo la otra comparándola a la par, para que me vaya quedando más o menos parecida. Voy midiendo, más o menos, a que me queden parejas.
¿Para usted qué significa ser ceramista y tener toda esa tradición? Usted habla de cómo utiliza el olote, el cuero… ¿todos esos saberes qué significan para usted?
Significa el aprendizaje que tuve desde niña, la herencia de mi mamá, de mis antepasados, que todos ellos la trabajaron. Significa para mí algo muy grande, de mucho valor. Lo valoro mucho, porque es lo que mi mamá hizo durante años para ayudarnos y darnos el ser que tenemos, porque ella trabajaba con esto y nos daba el sustento, entonces, para mí representa mucho; tiene mucho valor.
¿De dónde obtiene el barro?
Ahí cerca, ahí mismo en Puerto San Pablo, ahí hay buen barro, de diferentes colores. Estoy trabajando este que es coloradillo, con ese nada más por el momento.
¿Cómo es que recoge el barro?
Para ir al barro, tengo que esperarme a la luna, porque es con la luna, es como cortar madera. Hay que ir tres días antes y tres días después de la luna llena a arrancar el barro.
¿Cuál es la importancia de la luna llena?
Bueno, a mí me enseñó eso mi mamá, que si se va en otro tiempo las piezas se rajan mucho y aparte se pierde la beta del barro, -le llaman beta al sitio donde está el barro-. Se pierde la beta. Ella me enseñó todo eso, entonces, soy cuidadosa de que solamente en ese tiempo. Son seis días: tres días antes y tres días después.
¿Cuál proceso le da al barro?
En esos seis días es que voy al barro, lo saco y lo asoleo, para que esté tostadito, bien sequito, para luego pasarlo por el pilón, lo pilamos y luego lo colamos, le sacamos raíces y piedrillas. Ese polvito lo mezclo con la arena del río, la arena más finita que hay en el río ahí cerca. Igual la colamos para quitarle hojas y palitos y lo que traiga la arena. Entonces, mido ambas partes por igual, digamos un balde de polvo de barro y un balde de arena. Eso lo mezclo. Voy agregándole agua hasta que quede de una textura que uno la pueda manejar, y ya por hecha la mezcla, empieza uno a trabajar la pieza.
Además de usted y su mamá ¿quiénes más fueron ceramistas en su familia?
Para atrás: mi abuela: Ildefonsa Pérez Fajardo y mi bisabuela; Teófila Fajardo; mi mamá, Claudia Rosales Pérez; las tías: Josefa, Aquilina y Fabiana y toda esa generación.
¿Ha tratado de enseñarles a sus hijas y sobrinas? ¿Qué ha pasado?
¡Claro, claro! No les ha gustado.
¿Por qué cree que no, si a usted le gustó?
No sé, desde pequeñita me enamoré de eso. Como toda niña jugaba, pero en ratos me iba para donde mi mamá a estar poniéndole cuidado, cogiendo pelotitas de barro para hacer cositas pequeñitas para jugar yo misma de casita, haciendo sartencitos y ollitas y, entonces, a mí me gustó eso y las demás güilillas [niñas] que jugaban conmigo [me pedían]: “Haceme una, haceme una”, y yo se las hacía y entonces, para mí, a pesar de ser una güila de 8 o 9 años, a mí me gustó. Me gustó desde entonces y ya a mis 13 años, ya mandaba a vender piecitas con mi mamá a Puntarenas.
¿Usted vive de la cerámica?
No totalmente, pero en gran parte, esta es mi mayor ayuda.
¿Dónde y cómo vendía su madre la cerámica?
Mi mamá venía a vender a Puntarenas, al mercado. Venía en lancha. Un señor del mercado le compraba a ella y él revendía.
¿Qué tan difícil es en estos tiempos vivir de la cerámica o, al menos, que sea un apoyo económico para la casa? ¿Es diferente a los tiempos de su mamá? ¿Cómo lo compara?
Difícil tal vez no tanto. Pienso que era más difícil antes porque mamá tenía que salir en panga o en lancha hasta Puntarenas, o iba allá, a los cerros de Nandayure a caballo. En una yegüita llevaba a vender esas cosas allá arriba. Ella utilizaba solo hojas de cuadrado [planta platanera] para envolver las piezas. Iban bien envueltitas, metidas en sacos, amarrábamos una piña a cada lado de la yegüita. Ella hacía esas alforjas y se las montaba a la yegüita y se iba con esa yegüa cargada.
A la vuelta venía cargada, porque antes se usaba mucho el trueque, que si no tiene plata se lo cambio por otra cosa: frijoles, maíz, dulce, yuca, plátano… lo que hubiera. La gente allá cultivaba productos, entonces ella cambiaba barro por esas cosas y volvía con la yegüita otra cargada. Y las que vendía en efectivo, pues traía platita. Ella ha sido muy valienta. Mi mamá ha trabajado mucho. Ella le ayudaba mucho a mi papá.
¿Cómo ve el futuro de este trabajo? ¿Cómo cree que puede desarrollarse?
Pienso que esto va a llegar a cobrar más valor, que va a llegar a desarrollarse más. Tengo esa idea de que algún día pueda llegar a tener una empresita donde tenga muchas personas trabajando y ganando ahí. Allá, la zona, es muy escasa de trabajo, poco trabajo principalmente para las mujeres, entonces me sueño con eso, con que llegue a tener un local donde haya muchas mujeres trabajando, donde llegue gente y compre y así. Ahí pasa mucha gente para la isla de Chira.
Aún no lo he intentado, pero ahora que estoy trabajando con este grupo, esa es la intensión que tenemos, de buscar un local afuera, en la pista, para sacar a vender los productos.
Fotografías: 1. Las manos de Zeneida dan forma a las piezas. Ella expresa sentir un gran orgullo por eso. | 2. Zeneida Trejos Rosales expuso un juego para café en el Centro de Patrimonio Cultural. Por: CICPC. | 3. Ella da clases sobre la técnica para trabajar el barro, cómo se extrae, se seca, se pila y mezcla luego con la arena. Aquí en un taller en Isla de Chira. | 4. Una de sus pupilas en Isla de Chira pone una pieza a hornear como parte de un taller que impartió. | 5. Zeneida y su madre Claudia Rosales Pérez, de quien aprendió el oficio siendo niña. | 6. Parte de su labor es enseñar sus saberes ancestrales a otras personas de la zona, principalmente mujeres. Fotografías de la 2 a la 6 son cortesía de Zeneida Trejos Rosales para el CICPC.